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11 de juny del 2018

El espíritu del vino


"Un dios habita en nosotros; cuando él se agita, llénase de ardor nuestro espíritu. Este impulso es el 
que hace germinar las semillas de la celeste inspiración."

Publio Ovidio Nasón (43 a.C.-17 d.C.) Poeta romano


Claro hemos dejado ya que no se trata aquí de hacer un catálogo de como vino (y otros entes gastronómicos) pueblan las obras de arte y la cultura. Dejadme, mejor, llevaros a hacer un viaje por los pequeños detalles.

Permitidme, antes de nada, elucubrar sobre la génesis: empecemos por el principio. Y digo elucubrar porque desconocemos quien fue la primera persona, hombre o mujer, que bebió vino, pues ese día, seguramente debido a la emoción, la inesperada embriaguez o la falta de cobertura, olvidó colgarlo en Instagram. Sí podemos, sin embargo, establecer, por determinados indicios arqueológicos encontrados, que esto debió suceder hace unos 10.000 años, en algún lugar de Líbano, Siria o Turquía, o, más probablemente, 500 años después, en lo que ahora es Georgia. O, es más posible aún, que no fuera una sola persona, sino muchas, alrededor de esta época y zona aproximada, en diversos lugares y de forma más o menos simultánea.

Lo que también podemos imaginar es que, después de un primer gesto de desagrado al observar que el jugo dulce difícilmente extraído de una baya silvestre (casi toda ella piel y pepita y poco apta para el consumo directo) había perdido espontáneamente parte o todo su dulzor, se había calentado, desprendía un olor inusitado y, por efecto de alcohol y carbónico (ambos aún sin un nombre con el que llamarlos), ardía y picaba en la boca, estas personas siguieron produciendo y bebiendo ese líquido extraño, dotado de un espíritu propio que se trasladaba al bebedor y le imbuía de un sentimiento nuevo, de una nueva forma de ver el mundo.

Me gusta imaginar que todos aquellos bebedores primigenios devinieron en artistas (estamos hablando del Neolítico), crearon nuevas vías de expresión, fueron pintores que pasaron de la fiel representación de lo que veían al mundo de las ideas a través de esquemas e ideogramas, fueron alfareros, moldeando la tierra en la que crecía la misma vid, no fueron aún literatos (pues aún faltaban 4.000 años para la invención de la escritura; quizás, es por ello que no enviaron ningún Whatsapp para contarlo, ni siquiera con emoticonos, cuyo nacimiento, por cierto, fue anterior al del propio alfabeto), pero seguramente ya contaban historias al calor del fuego y el vino, fueron constructores de dólmenes y menhires, o, quizás, fueron sacerdotisas y sacerdotes de una nueva religión creada en la epifanía del vino.

Pues no debemos olvidar que, al sexto día, el hombre creó a dios, seguramente tras un sueño dipsómano. Y vino y religión también fueron siempre de la mano a través del simbolismo litúrgico; otra vía que será tenida en cuenta en este Blog.

Un último apunte: según la cronología bíblica, la génesis de los cielos y la tierra también tardaría unos 4.000 años en acontecer después de todo esto, por lo que sería lícito concluir (jugueteando absurdamente) que al inicio de los tiempos, hacía mucho que el vino ya estaba aquí. ¿Será el Vino, pues, ese dios creador?

El caso es, no creo descubrir nada con esto, que el vino ha acompañado siempre, cual negro monolito, al artista, ha sido fuente de inspiración, creador de musas. Y los artistas, estirpe inagotable, herederos de aquella tradición neolítica, a menudo seres atormentados (valga el tópico), llevaron el vino en su vida y muchas veces en su obra.

Vino. Demiurgo, pues. Creador, creación e inspiración de creadores. Trinidad también, entonces.

Per Paco Balsera

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