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9 d’octubre del 2019

Cortad, cortad, malditos


Cuanto mayor es el esfuerzo, mayor es la gloria
Pierre Corneille
Si uno no lo ha dado todo, no ha dado nada
Guynemer
  

Aún no se recorta el monte sobre el fondo atmosférico, pero ya se desdibuja la luz tililante de las estrellas. Solo Venus domina, con su faro fijo, sin tililar, asomando todavía por naciente.

Y ya arriban los faros inflamados de los coches, alumbrando los ojos de los conejos, que paran a mirar en el camino, antes de agachar las orejas y perderse a saltos entre la hierba alta y húmeda.

Los motores enmudecen, los cuerpos emergen y se estiran, las bocas se abren en bostezos heredados del compañero y las manos buscan las tijeras aún pegajosas de la jornada previa.
- Buenos días, hermano. -  Sabah alkhy. As salaam aulaikum. - Wa alaikum assalam wa rahmatullah.

Los pasos principian una ligera subida y todos se avían en parejas, para avanzar cada uno por un flanco de la espaldera. Las cajas ya habitan el suelo, boca abajo, distribuidas en las calles (hay quien ya pasó antes por aquí y así las dispuso); solo hay que cortar y completarlas, es un trabajo fácil, ¿no? Nadie necesita ser demasiado bueno para esto. No hay que tener el bachillerato superado a duras penas. Solo hay que agacharse y cortar. Y llenar cajas. Y acarrearlas. Por eso no encontramos aquí a nadie que se sepa demasiado bueno. Yo aprové el Vachillerato, piensan, quizás. A duras penas. Además, el sueldo no es digno...

A la hora de sostener el primer racimo en la mano, una luz difusa y cenicienta cincela al fin el monte sobre el fondo. 170.000 años ha tardado en salir del laberinto interno del Padre Helius y solo 8 minutos en transitar la distancia que lo separa del viñedo: el Sol Invictus de hace 8 minutos ya se despereza sobre las colinas y la jornada avanza en torsos aún entumecidos.

Menos mal que el receso para el desayuno está cerca. Es quizás éste el mejor momento del día: las mentes aún tienen capacidad para sonreír. Están sentados bajo un olivo. Ellas unos metros más allá, con las cabezas cubiertas y hablando cosas de mujeres. Seguramente la conversación es más refrescante allí, pero solo ellas lo saben.

El parón es más exiguo de lo que cualquiera desearía y, enseguida, las caderas vuelven a conformar un cruce transversal de caminos entre espalda y piernas.

El carruaje de Trundholm recorre el ya fulgente firmamento y la plaga humana deshace el trabajo de un año de la viña. Las cajas están llenas y dispuestas en la hilera adecuada. Por allí pasa el tractor con el remolque. Despacio, a paso de hombre. Y un par de hombres, al paso del tractor, aúpan las cajas. Ya las esperan en bodega. Lo que hagan con ellas no es ya nuestro problema.

Pero no se ha coronado aquí. Siguen cortando. Siguen llenando. Siguen cargando.

Suria aprieta ahora con fuerza desde su máxima altura y las bocas se secan y esperan llegar rápido al inicio de la calle. Allí están las botellas de plástico en mochilas deshilachadas, colgadas de los puntales del emparrado. Hace mucho rato ya que no están frías.

Para comer solo hay una hora. Apenas da tiempo para estirar el cuerpo dolorido en cartones sobre el duro suelo.

- Venga hermanos, hay que seguir...

Inti no da tregua y la línea de plantas deviene infinita. La vida se hace cuesta arriba. Soy porque estoy aquí y estoy aquí porque sufro y sufro porque nadie lo va a hacer por mí. Para no ser demasiado bueno para poder hacer otras cosas no se le da mal la metafísica...

Magec parece ya emprender la huida, descendiendo hacia el ocaso en poniente, pero son anhelos infundados porque a la jornada no se le ve aún el final.
El nervio decae, la piel se abrasa, el sudor se extingue: no queda agua a disposición del cuerpo, las piernas aflojan, los lomos parece que acabarán quebrándose en el último momento.

- ¡Caja! Gritan aquí y allá. Venga, rápido, que no podemos seguir cortando si no hay nada que llenar.

¿Hemos acabado? Sembla increïble.

Las figuras se yerguen lentamente, para no quebrar nada, los brazos en jarra, las manos dando sostén a las lumbares. Si no fuera así alguna triza podría abatirse contra el suelo.

Van en silencio hacia donde dejaron los vehículos desamparados. Ya nadie canta. En el campo solo restan los que cargan las cajas al remolque.

- Muy bien, señores (¿olvida a las señoras?), mañana también vendimiamos, os quiero aquí otra vez a las seis y media de la mañana.

- ¿Para qué tan temprano? A esa hora aún no se recorta el monte sobre el fondo atmosférico...

Las mujeres y los hombres, con la chicha y el armazón dolientes, entran en los coches.

Lo han dado todo. Dejan el mayor de los esfuerzos, pero no cargarán con ninguna gloria.

Los conejos de ojos relucientes los ven pasar, amagados entre las altas hierbas resecas. Nadie elogia 
esta comitiva.

Amón-Ra parece vencido en la partida. Pero, para evidenciar que no es el caso, tiñe el aire de sangre.

Selene también se asoma, tímida, a mirar.

La viña queda en calma.

Es solo una tregua fugaz.

El verano agoniza.

Las lluvias de otoño acechan.

Mañana el vino templará nuestros inviernos...




Por Paco Balsera @pacobalsera

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